jueves, 9 de junio de 2016

La declaracion























La Declaración







Agradecimientos a la fe en Dios,
a mi pareja Andres Moreno,
mi familia, amigos,
conocidos y Orimar Zaid











Para que nada nos separe,
 que nada nos una.
Pablo Neruda










La Declaración




20 de octubre
<< Siempre traigo a mi memoria tus ojos, esa compañía profunda que tanto das cuando estas cerca. Tengo siempre presente ese cariño fruto de la espontaneidad, fruto de la conversión, de tu inteligencia pues hay sabios que escriben tantos libros sobre el sentimiento pero hay quienes necesitan de ser pensados para saber querer. Traerte desde la mañana hasta en la noche, en la vigilia y en unos cuantos sueños... traerte a mi lado en un espacio marcado por las pequeñas experiencias, por imágenes sustanciales, por actos sencillos es propio de quien puede alcanzar el amor, el que se siente amado.
Puede ser que recuerde tantas cosas pero no amo tanto a ninguna de ellas... me conformo con amar enteramente desde tu alma hasta la punta más externa de tu cuerpo, amar lo que dices, lo que tocas, en lo que crees y en lo que sufres. Amo todo de ti por ser parte de ti en un todo de ti que se forma en ti. Ya no creo, ahora estoy seguro que no son unos ojos, que no es una expresión, que no son solo palabras sabias o acciones suaves las que quiero. Todo como tal, es eso lo que quiero, no un deseo sino una necesidad, aquella de encontrarte, esa que pocos hombres tienen, esa necesidad de amarte.
Algún día sentí repudio por un pasado desconocido pero entre llamadas el gusto se hizo fuerte y de tinte pasajero. Te amé ¿Sabes? Es ahora una necesidad (no infantil de niño materialista) que Dios me permita escuchar por última vez en mi vida la voz de mi amada para descansar en las noches mortales y hallarle sentido a las lágrimas que se han perdido entre la lluvia.
No me importa si no he de ser el mismo, no me interesa los vicios que deba dejar, no me afecta destruir mi libertad... solo quiero ser amado, ser el primero en tu vida, ser al menos un recuerdo naciente entre la incoherencia de la física, quiero ser tu razón de ser, por lo menos a la décima parte, así como tú lo has sido enteramente para mí. Discúlpame no haberlo dicho antes pero se necesita mucho tiempo para mostrar el alma, para entregar lo mejor de sí sin fingimiento, se necesita más de un día para amar y menos de un instante para que el alma se enamore. [1]Poco a poco me dejaste ver la esencia de tu cuerpo que no me atreví a imaginar por miedo al engaño de una ilusión. Viví tu ser en la existencia, en tu forma individual, unidos en el universo que se expande y nos separa cada día.
“Tu Existes.” Estas palabras han perdido su sentido ante una sociedad superficial y que me dices de “Gracias por Existir.” Te diré al oído que esto resume tantas cosas que me quedan cortas redactar: Que eres perfecta en ti misma porque Dios te ha dado la máxima perfección que es existir, Gracias al Dios divino que así es. Eres hermosa aunque lo niegues pues estás en el tiempo, en mi memoria perpetua, mi único deseo es amarte y no quiero más que ello, que amar tu existencia sin esperar algo menos que vivir junto a ti y no es suficientemente satisfactorio morir en el caudal de tus lagrimas sino morir en tu vida para juntos alcanzar a Dios, vivir contigo y morir eternamente de tu mano, alcanzar la verdad y conocer contigo la trascendencia que siento ahora mismo por el arte de amar. El cielo se toca con la punta de los dedos en la piel del ser al que le pertenecen estas palabras.
Hace mucho no escribía, no había un sentido y ahora lo hago rompiendo esquemas. Destruyo paradigmas de enamorados que consagran su vida a Dios sin saber lo que hacen, escúchame por favor:
Te digo que te amo con mis ideas y mis acciones, con palabras sinceras y sacrificios realizados (tú sabes que es así). Que puedo vivir sin ti, es obvio, pero no por mucho tiempo. Te digo que eres una niña que ha transformado este corazón de piedra, que al paso de los días me hundía hasta matarme en el mar de la soledad oscura. Que me gustan tus labios, tu cintura y tus caderas porque me hacen olvidar la sed física, las caídas perenes y los problemas de mi vida. Que no eres la primera en mí ser pues es un lugar que ocupa Dios que me permite amarte. Que preveo el futuro y quiero ser el padre de tu hija nacida en la virginidad para que sea ella quien se adueñe de tan preciosísimo don de un vientre sin mancha... quiero que en estos pequeños encuentros y los muchos que nos esperan ya no seas de ti sino de mí, que me pertenezcas y te sometas por completo a mi perpetuo amor siendo eternamente mi esposa ante los ojos y con la bendición de Dios. Te amo y por siempre te lo diré así tu nunca lo hagas, siempre lo viviré así tu mates esto en ti, es lo poco que te puedo dar, acéptalo por favor, acepta este humilde amor de los dos que prometo cuidar por siempre, pensar en ti desde el amanecer hasta la noche, en la vigilia y en el sueño, en el tiempo y la eternidad. Te amo fuera del mundo y te amo en la realidad por eso permíteme ser algún día en ti como tú lo fuiste desde antes para que desde tu vientre tu sientas lo que marcaste en mí, lo que sentiré para siempre.
Te voy a amar no como algo prohibido sino como lo más hermoso que le pudo pasar a mi vida en mucho tiempo, te voy a llamar, te buscaré para sentir tus brazos en mi dolor, para decirte que estoy contigo, para ser tu novio aun así no estemos juntos por cosas de la vida. Cuídate mucho, te doy muchas bendiciones y te llevo en mis oraciones, te llevo en mi ser sin poder arrancarte por las cosas hermosas inolvidables que solo tú y yo conocemos, con la conciencia limpia de que no pecamos, de que supimos que para entregarnos en más que un beso debíamos ser esposos y que como novios nos prepararíamos para recorrer una vida casta y pura. Tus besos... esos besos por los que lloro, por los que dí mi juventud, me conmueven y duelen placenteramente pero te digo y declaro ante el universo, declaro con ese beso y ante ese sublime y único encuentro; que te amo Samanta con mis pocas fuerzas, te amo con mi existencia.>>

El joven no creía suficientes aquellas palabras escritas para expresar todo lo que guardaba en su interior pero ya era tarde, no podía corregir nada. Eran las 5:30am, momento propicio para respirar el aire más puro de la ciudad de la luz, su amada Jerusalén occidental. El semblante de samanta se divisaba entre la neblina de aquella          mañana, lejos de ella podía reconocer sus pasos y su cabello recogido. Una bufanda oscura cubría su cuello haciendo juego con el suéter negro que ceñía su delgada cintura y las medias largas debajo de una falda corta combinada prudentemente. No podía desviar la mirada, no había lugar alguno en donde poder distraer su rango de visión, él la había percatado y ella igualmente. No podía fingir tampoco la sonrisa inevitable de su rostro ni el palpitar casi arrítmico de su corazón cada vez que se acercaba más y más. Miraba su reloj sin pensar sobre su ausencia ya que sabía muy bien que ella no fallaría a la cita.
-          Buenos días. – dice a Samanta con una leve sonrisa y denotando el brillo de sus ojos.
-          Buenos días Daniel. ¿cómo amaneces?
-          Bien. ¿Con algo de frio y tú?
-          De la misma manera. ¿se nota?
-          La bufanda deja mucho que pensar. Acompáñame en este polo.
-          Sí.
La joven tomó asiento a su lado entre distante y cercana. No se atrevió a mirarle a los ojos sino que buscó reposar su mirada fuera de él en la densidad de la lluvia que comenzaba a caer encerrándolos en la sequedad del árbol que los acobijaba en aquel parque. Daniel se acercó sentado, La recostó en su pecho y tomó sus manos pues sabia el cariño mutuo que ellos sentían; ella al ver esta acción se levantó levemente acomodándose en medio de sus piernas. Hizo su cabeza hacia atrás dándole un pequeño beso en la mejilla, con aquellos ojos cercanos al cristal cerca de la boca del joven pronunciando sin voz una frase difícil de entender: “Ámame por favor, siento mucho frio.... en mi corazón,  ya no quiero sufrir más.”
-          Samanta te quiero y me gustaría que te quedaras así por siempre.
-          Daniel hay una razón por la que estoy aquí.
-          Dime si es la misma que la mía.
-          No sé cuál sea la tuya pero la que te voy a explicar puede que sea difícil de entender.
-          Como todo lo que dices.
-          Deseo tu amor. – le dice observándole desde abajo. Su sonrisa llena de nostalgia se apaga instantáneamente en una confusión de sentimientos.
-          Ya lo tienes, desde hace mucho que lo tienes si no te habías percatado.
-          No lo tengo, no lo he sentido verdaderamente.
-          Si, hermosa te quise desde que te ví pero comencé a darle forma en un proceso que iba de la mano con mi conversión. Te amé y lo mostré arriesgando mi vida, tratando de solucionar tus problemas físicos y espirituales, golpeando con libertad aquellas prisiones en las que te encerraban las personas. Sabes que es cierto.
-          No – voltea rápidamente aún en sus brazos haciendo caer a Daniel en la profundidad cristalina, llena de tristeza, de su mirada. – la razón por la que estoy aquí es por el cariño que por ti siento pero ha pasado el tiempo en el que jamás te obligué a creer ni en mi conversión ni en mis palabras de afecto. ¿Qué hiciste obras? Aquellas que cualquier amigo pudo hacer en determinado momento pero faltaba algo elemental, necesario que debía darle forma a todo: tu declaración.
-          La tengo – se exalta transformando su rostro sereno con una fuerte impresión – te doy esto y mi vida.
-          No, lo haces por mi exigencia. ya es tarde ¿no lo entiendes?. Te condicioné – Samanta se libra del suave abrazo de su amado para quedar frente a él sentada sobre sus talones, gateando, como una pequeña niña cuando busca a su madre en el suelo de su hogar; era una mujer ante los pies de un hombre, buscando el amor.
-          Ven, acércate, hay muchas cosas que debo decirte.
-          No, no quiero. – sus ojos se ofuscan en la densidad de sus lágrimas desafiantes de la gravedad – solo deseaba verte por última vez pues creo que me he equivocado, pensé encontrar el amor, en quien podía reposar todo lo que Dios me había dado. Voy a encerrarme para continuar soñando con besos que nunca; existieron para soñar en un cariño que creí que había sido amor, seguir soñando en la primera persona que no deseó mi cuerpo sino que secó mis lágrimas con sus labios para llorar conmigo. Morir con el recuerdo de esas palabras de amor apasionado que te alejaron de mí por miedo a enamorarte. Disculpa – su voz se quiebra con delicadeza – debo regresar a mi casa.
La joven se levanta sin esperar palabra alguna de Daniel. Comprendiendo lo sucedido, culpable de su error y de la falta de convicciones se acerca a ella por su espalda, la toma de su mano derecha cruzando su brazo izquierdo delante del pecho por encima de sus senos dando un cálido abrazo, rogándole en su alma, en su ser sin palabras, y lleno de experiencias traslúcidas, que no se marchará. En medio de la fuerte lluvia, le entregó la carta que le había escrito. Ella la arranca de su mano sosteniéndola con rencor y desespero. Daniel sabía que era su culpa, que la había juzgado, tratado como una cualquiera y que lo único que ella esperaba eran un par de palabras salidas del alma que no se pronunciaron aquella noche que compartieron su habitación en un encuentro puro sellado con un beso soñado que era más real que sus propios pensamientos. Ella se suelta de su candado y continúa su camino con una meta cumplida: el ver de nuevo a su amor sacándolo de su espacio físico.
-          No tengo palabra alguna que enmiende mi error o te haga cambiar de decisión. Sé que no quieres volverme a ver para destruir lo que has venido sintiendo desde hace mucho tiempo. Pero antes tienes que saber qué llevas dentro de ti; nuestros besos fueron un sueño real y compartido y también quiero que sepas que siempre estaré a tu lado, siempre estaré aquí, que no tengo orgullo para ti y que prometo buscarte en la medida que no te moleste mi presencia... ¡Samanta! creo que te amaré el resto de mi vida sin querer recibir nada a cambio.
Sin responder nada continuó su camino, ofuscada y debilitándose poco a poco por el gran volumen de las gotas de lluvia, gotas de su rostro. El joven sintió un fuerte dolor en el interior de su abdomen. Regresó al árbol y descansó allí por casi una hora hasta marcharse sin haber escampado, pues vio con tristeza en el alma de Samanta un gran amor que se escondía en medio de una fuerte convicción; aquella de olvidar a Daniel, de alejarlo enteramente de su vida.
Llegando a su casa la joven tomó una toalla, subió las escaleras sin que nadie lo notara hasta encerrarse en su cuarto. Eran las 6:15 de la mañana. Dejó toda su ropa mojada sin darse cuenta de lo que hacía. Se puso algo ligero y se recostó en su cama cubriendo su rostro con la cobija dispuesta a conciliar el sueño, tratando de olvidar todo de un momento a otro. Arrojó a una esquina el trozo de papel que había sostenido todo el camino perdiendo la curiosidad, llenándose de dolor. Quería olvidarlo, no saber más de él, dejar de pensar en su existencia desde la mañana hasta en la noche, en los sueños y en la realidad. Le dolía el amar y no ser correspondida, el ser odiada por Daniel por su pasado oscuro siendo juzgada por ello. Odiaba ser sentida en lastima tratando la declaración de Daniel como un paño de agua fría al orgullo y al corazón roto de una señorita que deseaba un cálido beso y una mirada de cariño. Descansó en su hogar conciliando el sueño y no queriendo despertar... minutos después abrió sus ojos como un relámpago recordando el papel que le había dado Daniel. Gateó por el piso sentándose en el rincón de su habitación, abrió el papel casi destruido por la lluvia y siendo todavía este legible inició su lectura con la máxima atención posible. Supo desde ese momento que conservaría tan insignificante hoja como la esmeralda más pura jamás cortada.

-          Es muy temprano. debe haber una razón obvia para que estés despierto.
-          Madre, si pero me voy a cambiar, está lloviendo fuertemente.
-          Cámbiate y duerme, son apenas las 6:15. Levántate más tarde.
-          Será lo mejor.
Daniel subió a su habitación recostando su cuerpo mojado en la cama, mirando el techo deseando caer en la profundidad de su mente. Recordaba el alma de su amada tratando de olvidarle siendo el mayor golpe a su corazón recibido en mucho tiempo.
-          no tengo orgullo para ti, fue mi error juzgarte, no declararme, creer que todos pueden ver el alma al igual que yo. Tú no lo haces, tú eres una niña que sufre y no conoce lo más profundo como la persona que debe leer todos los libros de la biblioteca para encontrar su contenido. Creí ser más al llegar con un rreojo y saber de qué hablaba cada parte de la estantería de tu mente. Te necesito, voy a buscarte y si no quieres verme de lejos estaré bien... siempre te querré, lo sé en este instante, en el espejo de mi alma, en el interior de mi pensamiento... tu estas ahí pues Dios lo ha querido así por una razón.

-          ¡Basta ya! Samanta, ¿Qué hago aquí? debería estar contigo... no me odias, me amas, no me has olvidado, solo lo intentas... ¿Qué hago aquí? me faltan tus brazos para recogerme en las caídas profundas. me falta el calor de la sangre espesa recorriendo tu cuerpo anunciándome que estas viva. Me falta el palpitar de un corazón indomable. ¿Qué hago aquí? nada sin ti, eso hago. Pondré mi mano en tu corazón de nuevo, saldré de este lugar y no me quedaré estático perdiéndote cada segundo, no dejaré que te desangres del dolor ni que vuelvas a sufrir y menos por mi culpa. arriesgaré mi existencia sobre todo cuanto hay en este mundo, todo por ti. Sí, lo intentaré ¡Lo juro!

Samanta quedó en shock. No podía cree lo que leía. El espesor de sus lágrimas propiciaban mayor dificultad, jamás había llorado de esa manera pero lo merecía. Era una declaración, sincera, con mala letra, delicada y simétrica.

-          te amé, te amo, te amaré... si, esas dos palabras, tu miedo, todo tiene sentido. Creé prejuicios pero ahora estas lejos mientras yo lloro por ti, me veo al espejo y recuerdo la mujer débil que soy, instrumento de la sociedad. Dame fuerzas, Señor, para superar esto que Contigo puedo. Ayúdale a él también para que sea lo mejor en su vida siempre, que no le guardo rencor sino un increíble afecto, cariño, ternura y amor humano, amor divino. Te amo y lo reconocí al igual que tú pero no estas amor mío, ¿Dónde te encuentras? sal y sácame de esta sepultura que yo saldría a tu encuentro pero mis piernas han perdido sus fuerzas y mi rostro su lucidez; soy mujer, Quiero buscarte pues puedo también vivir sin ti pero es una enfermedad oscura la que me arranca la vida... soy una niña sentada aquí, indefensa ¡Ven a salvarme, mata a este dragón que creí muerto! acaba con la soledad y el orgullo regresa y perdóname por obligar a amarte, por manipular la vida de un humano tierno y sincero. Ven que me siento débil, ahora bajo las escaleras como un bebé torpe a punto de caer. Sálvame con los brazos fríos que Dios puso en mi corazón, solo Él podía hacerlo, solo Él podía reflejar su amor.

Samanta se encontraba muy débil, su cara estaba transformada radicalmente, había escrito sin parar verdades enteras escondidas en lo profundo de su alma inmortal pues solo la inmortalidad podía ser tan sincera y pura. Terminando casi el recorrido desde el segundo piso hasta la planta baja divisó a su madre al final de los peldaños extrañada. Ella, queriendo ocultar su triste mirada ante su familia creía que era este el mejor momento para estar sola.
-          Hija ¿Qué tienes?
-          nada mami, solo voy a salir un momento.
-          Estabas llorando. – denota preocupación.
-          Algo así madre, no te preocupes.
-          Estas temblando, tienes nervios. Dime que te sucede, por favor.
-          Madre – levanta el rostro suave y tierno de una niña y le mira queriendo ser comprendida por su progenitora. – solo quiero estar sola... pero yo no puedo hacer nada. – sus ojos se hicieron de cristal tallado reflejando la luz de la mañana creando un ambiente de sinceridad y acogimiento. Diana se acerca desde la cocina observándola extrañada y con algo de prepotencia.
-          ¿Qué te sucedió esta mañana? saliste alegre, dímelo.
-          Es por Daniel, ¿cierto? – pregunta Diana de forma burlesca mientras Samanta refleja la respuesta de aquella pregunta con su mirada.
-          ¿Es eso verdad Sammy?
-          Mami... quería hacerlo y pensé que lo hacía bien pero fue mi culpa... él se fue, yo le dije que se fuera... – acercándose a ella se arroja a sus brazos quedando en su pecho materno con un dolor inexpresable en su alma.
-          Es solo un hombre cualquiera. Yo tuve la oportunidad de ser algo para él y no quise así que ni tan importante es prima.
-          Su importancia radica en el cariño que siento por él. No te juzgo si no lo aceptaste a su tiempo pues no lo quisiste como yo lo hago ahora, es irrelevante tu subjetivismo. Él no sufrió por tu rechazo pero ahora está locamente enamorado y no se entre los dos quien lo esté más pero mamá, no puedo más, me duele hasta el alma, me duelen los huesos, el pecho, el corazón humano, el corazón espiritual.
-          Mi vida si te rechazó no importa, no puedes obligar a alguien que esté contigo.
-          no! fui yo, yo le dije que se largara de mi vida. Mis secuelas materialistas no me permitieron ver más allá de las palabras. Quería que me dijera que me amaba, que me amaba verdaderamente y como nunca lo expresó, sino que lo demostró, le rechacé fuertemente pero ¡mira esto!, esta es la prueba, aquí están sus palabras... mamá siento morir de pena moral, siento morir por él, morir por segunda vez como cuando morí al mundo... muero por él y es inevitable. No es una obsesión, es un vacío. Quiero vivir, vivir junto a él.
-          ¿en verdad creíste que  él se fijaría en una mentirosa? – Dice Diana en voz altanera alzando un brazo, renegando de aquella verdad - Él puede ver el alma de las personas, sus intenciones más sucias y profundas. Por eso desde siempre trató de alejarse de ti. no vengas con que te amaba, es imposible, el vio lo que había en ti.
-          Basta, no le digas eso a mi hija, te lo prohíbo Diana.
-          Mamá ella tiene razón. supongo que de haber sido la mejor en un principio ahora estaría feliz.
-          Sammy, eres una buena mujer, mejor que cualquier otra y no lo digo porque seas mi hija. Yo si te conozco y sé lo que dejaste, mi amor,. Sé que te fijaste en alguien bueno pero así como tú has destruido tu orgullo en estos últimos años, el hombre a quien elegiste valorará cada cosa que hagas. Déjame ver esa carta – la ojea rápidamente idealizando la idea central de la misma. – Mi vida, si es verdad lo que dice él en este papel no dudará en esperarte pero si vas a él y te rechaza date por cierto que es un mentiroso y que no valía la pena.
-          Madre, puede ser un mentiroso pero lo amo, me enamoré de él. Yo quería enamorarme de alguien que me amara y desde ahí comencé a equivocarme. En poner mi esencia en el corazón de un hombre libre. Así él no me espere me es imposible arrancarlo... gracias madre, necesito descansar.
Samanta sube las escaleras, su debilidad aumentaba y si iba a decaer que mejor lugar de hacerlo que en su propia habitación. Una vez estando adentro se quitó su bufanda, dejó atrás su ropa se colocó una camiseta sencilla y un pantalón corto dispuesta a descansar. Su madre reprendió fuertemente a su sobrina, encarándole los celos que notaba de la actitud inmadura de esta mujer. Entregándole la carta le hizo que la leyera revelándole la escritura, el estilo y la sinceridad propia de Daniel. No había error, él la había escrito y conociéndole en su máxima expresión sabía a ciencia cierta que él jamás usaría aquel método para engañar a alguien (o que no se atrevería a engañar a ninguna persona).
La madre de Samanta y Diana se preparaban para ir a sus trabajos. Samanta iniciaría un curso vacacional en unos días así que aun podía descansar en su casa y más en este tiempo que lo necesitaba. En su mente recordaba las palabras que la noche anterior había escuchado a través de su teléfono móvil “me gusta el aire de la mañana, acompáñame al parque de Alejandría, quiero entregarte algo, hermosa.” En su cuarto comprendió que sería hoy el día de la declaración pero lo había desperdiciado, lo había tirado a la basura y así, como aquellas cosas hermosas de la vida que jamás se repiten, esto no volvería a ocurrir en su existir.
-          Si, buenos días. ¿Qué haces aquí a esta hora?
-          visitas prudentes, detrás de mi viene el aire del amanecer.
En la puerta de la casa de Samanta se había iniciado una breve conversación. Daniel se sentía libre, con nuevas fuerzas, lleno de gozo y alegría en su interior. Podía ver el alma de las personas a voluntad propia al alcanzar un estado de docilidad y espiritualidad superior a cualquier otro. El reflejo del amor de Dios estaba en su corazón y esto le había abierto la profundidad del respeto, del riesgo y la prudencia de su corazón.
-          A quien necesitas?
-          A tu prima Samanta, Diana.
-          Ella no se encuentra, salió hace rato. Búscala en la universidad.
-          Salimos a vacaciones ayer y sé que no puede ir a otro lugar. Tal vez no te has percatado de su presencia, trata de llamarla.
-          No iré a hacer ruido por toda la casa. Mejor regresa y la llamas o la buscas después.
-          Te noto algo fuerte, tú no eres así.
-          No he estado en mis mejores momentos, Daniel.
-          Diana ¿quién es? – se escucha la pregunta desde la parte de atrás del pasillo.
-          Una persona pero ya se va tía. – la madre de samanta se asoma a la puerta deduciendo instantáneamente la identidad del joven.
-          Buenos días. Tú eres... Daniel creo yo.
-          Buenos días, si lo soy. Perdón ¿Se encuentra Samanta?
-          Claro. Está arriba.
-          ¿Podría avisarle que me encuentro aquí?
-          Porque no subes y la sorprendes.
-          Gracias Señora.
-          Tía ya casi nos vamos, él no se puede demorar aquí. No puedes dejarlos solos.
-          Déjalo, hay alguien que necesita de él.
-          Pero...
-          Haz me caso. Ya no me está gustando tu actitud. Tenemos que hablar seriamente.
-          Permiso – asiente Daniel. Esas discusiones no eran de su incumbencia.
Subiendo las escaleras su corazón palpitaba cada vez con más intensidad, con un golpe indomable y penetrante. El olor de su amada era inconfundible y guiado por este llegó a la puerta de su habitación, golpeó suavemente tres veces sin recibir respuesta. Abrió la puerta echando un vistazo sin dejarse percibir. Samanta se encontraba recostada mirando hacia la pared, dormida con el cubrelecho encima. Daniel se acercó sentándose al lado de la cama, la abrazó colocando su rostro en su brazo izquierdo desnudo rompiendo el silencio, con un beso espontáneo en su suave piel. Sintiéndose algo incomoda por la presencia de quien en ese momento fuese desconocido, se despertó creyendo aun soñar elevando la mirada recibiendo una gran impresión con su amado sentado a su lado, viendo aquellas ojeras de lágrimas que han desgastado su rostro como ríos desolados por la erosión violenta.
En un instante se sentó en su cama, alejándose a la pared cercana cubriendo su rostro con la cobija en un estado de confusión mental. “¿Qué haces aquí? ¿Vienes a destruirme? Quería olvidarme de ti, lo quería pero por más quererlo no lo podía y anticipadamente sé que por más esfuerzos que haga no lo lograré, a nadie engaño ni a mí misma.”
-          ¿Qué tienes? Acércate.
-          -No! – se levanta de la cama sentándose en un rincón de la habitación bloqueándose a sí misma de todo contacto visual. – no deberías estar aquí.
-          Si debería.
-          ¿A qué viniste?
-          Vine a buscarte. Te necesitaba.
-          Aléjate, quiero estar sola.
-          Es mi culpa que estés así.
-          No lo es, solo tuve un conflicto con Diana, vete, no quiero verte Daniel, invades mi privacidad.
-          Si es eso lo que hago, me equivoqué en regresar, erré en creer muchas cosas, en idear un mundo extraño, un mundo que quise cumplir, en querer darle plenitud a la realidad. –

El joven se levanta dando media vuelta, tomando un nuevo rumbo. En su interior Samanta se ahogaba, se autodestruía muda en llanto de desesperación. “Mírame, no quería decirte eso, tengo miedo a morir más pronto de lo que muero ahora.” Daniel reflexionó, no le importó nada. Sentía un vacío en su interior, la necesitaba a ella y sabía certeramente que ella también lo necesitaba y de no ser así su desolación sería infinita. Regresó en el umbral de la puerta, descifró en sus ojos la necesidad en brillo de las estrellas cercanas cuyo ardor se comprime en la espiritualidad del amor. Se arrodilló cerca a la cama y la tomó de su brazo “casi inerte” llevado por el viento estático en su fría habitación; sería este el momento que ninguno de los dos se atrevería a olvidar por el resto de su vida.
De un suave movimiento cayó ella en sus brazos con la sinceridad plena de una dama enamorada. Sentados en la alfombra unieron sus cuerpos en un fuerte abrazo, entrelazados con suaves caricias ubicadas entre el dolor sentimental y las pasiones del alma. La sinceridad de su especie se vislumbraba en su máximo esplendor, ella le tomó de la mano levantándole del suelo, recostándolo a su lado en el lecho de la habitación.
-          “Te amo, te amo muchísimo, después de Dios en su misterio mismo eres lo que más amo, y sé que tu amor me llevará a la redención de mi alma tanto aquí en la tierra, salvándome del dolor amargo de la tristeza, como en el cielo eterno. Perdóname por evitarte, por negarme a creer en tantas cosas pero te veo aquí, no eres un sueño pues los sueños no se comparan a lo que siento por ti en este momento. Mírame, no quería decirte eso, tengo miedo a morir más pronto de lo que muero ahora.”

-          “¡No morirás! en mis brazos no hasta que sea el momento que la misma vida nos arranque de la existencia con carácter inverosímil... como hemos de morir si estamos juntos, si nos correspondemos... como morir de amor si el amor está a nuestro lado, como no creer en un Ser Supremo si todo lo que hay alrededor grita su nombre, como no saber que Existe si tu estas a mi lado... si mueres tu primero yo moriré contigo.
Desde la mañana hasta la tarde los dos jóvenes se quedaron juntos, Daniel se quitó los zapatos y la ropa incomoda marcando en su alma cada intervalo de tiempo entre las caricias y las miradas nobles. En la máxima contemplación de tranquilidad un suave beso, casi irreal, marcó un momento, una época, una edad, una era completa destruyendo todos los complejos adquiridos en el transcurso de su travesía. A nadie, aparte de Diana, le importaba que estuviesen juntos, el mundo confiaba en ellos y la sociedad estaba también de acuerdo. Las heridas del alma necesitan de curación pronta algo que solo Dios puede proveer, en este caso el amor dinámico, el amor que lleva a actuar a los seres humanos recíproca y desinteresadamente.




[1] Concepción de una sencilla fenomenología.

martes, 5 de noviembre de 2013

Poema Se Habla De Gabriel de Rosario Castellanos

Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.
Fea, enferma, aburrida
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.
Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso;
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.
Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.
Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia